Reseña biográfica de

D. Edmundo Woodford
Cofundador del Fondo de Evangelización.

 EDMUNDO WOODFORD

    Nacido en Londres en 1891 de padres protestantes, pero no creyentes, D. Edmundo fue invitado de niño por una joven vecina a asistir a la Escuela Dominical de una capilla evangélica muy sencilla. Pronto él y su hermana comprendieron el plan de la salvación, y entregaron sus corazones a Cristo.

    Al poco tiempo fue bautizado y, propio de un creyente activo, comenzó a rendir mucho tiempo al servicio del Señor en su iglesia local, sobre todo entre jóvenes.

     Sus padres no podían entenderle y llegaron a pensar si su mente estaba trastornada. Sin embargo en el trabajo se desenvolvía con gran inteligencia; hubiera podido llegar, tal vez, a ser ministro de la nación. Llegó el tiempo de presentarse para el servicio militar, y aquí comenzó la época más difícil de su vida. Todavía no era ley la libertad de conciencia a este respecto, pero D. Edmundo se empeñó en obedecer primero a su conciencia. Estuvo en el calabozo con varios lavados de cerebro, en trabajos forzados y otras humillaciones que no podemos enumerar.


    Por fin, después de muchas súplicas, le dieron ocho días de libertad (relativa) para buscar trabajo. Nadie quería emplear a un rebelde y con tristeza llegó al último día. Estando en un culto llamó la atención a un granjero visitante, quien le preguntó qué le pasaba pensando que era cuestión del alma. Al final de la conversación le ofreció trabajo y, así, D. Edmundo pasó a ser labrador. Al acabar la guerra, en 1981, le ofrecieron un nuevo trabajo en las oficinas del Ministerio de Asuntos Interiores, con un futuro prometedor, pero él ya sentía el llamado misionero.


    En el año 1919, durante una visita de D. Enrique Turral, comprendió que el Señor le llamaba a España para servirle por fe. Excusamos decir la reacción de sus padres, ya ancianos y sin mayores recursos. Basta decir que le desheredaron y, al menos su padre, no quiso saber más de él. Sus 47 años de servicio incansable para su Maestro nos presentan una verdadera lección en abnegación, en la maravilla de los caminos de Dios, en cómo Él protege a los suyos y les permite ver el fruto de sus esfuerzos.


    Pasó sus primeros 11 años en Marín (Pontevedra) donde conoció a Doña Elena, casándose con ella en el año 1922 en dicha localidad. De Marín fueron a aldeas más remotas de la provincia de Orense, hasta que estalló la guerra civil. Volvieron a Marín poco antes que finalizase la guerra y en el año 1938 se establecieron en Vigo. En esta gran ciudad sirvieron al Señor con fidelidad y ahínco, hasta que fueron promovidos a la gloria de la presencia del Señor en 1966.


D. EDMUNDO WOODFORD EN MARÍN

   

La convivencia de D. Edmundo en Marín se divide en dos etapas:


1ª ETAPA. Desde su llegada en 1919 hasta 1928.


     Se destaca, en primer lugar, la rapidez con que aprendió el castellano, sin escapar las meteduras de pata propias. Por ejemplo, quiso un día agradecer una exquisita comida diciendo: “Es usted una buena cochinera”. Sin embargo, al cabo de sólo seis semanas, pudo predicar el evangelio en los cultos anuales de dicha iglesia.


   Muy pronto comenzó a salir con otro siervo de Dios en viajes de colportorado a pie o en bicicleta, llegando hasta Castilla y más lejos. Muchas veces dormían bajo las estrellas y pasaban sin comer, recibiendo al paso bofetones, piedras o cualquier otra cosa que viniese a mano. Su corazón se partía ante la ignorancia y el fanatismo que observaba en todas partes.


    En Marín había una joven que ya llevaba 10 años ayudando a Doña Adelaida, de Turral, en la obra entre los niños y las mujeres. Esta joven, por sus trabajos, atrajo a D. Edmundo, ¡pero vaya problema! Ya de suyo los noviazgos de entonces eran diferentes a los de ahora, pero para ellos, como siervos del Señor, mucho más complicados. Cómo se las arreglaban, no se sabe, pero... entre otras escenas pongo, por ejemplo, que siempre hacía falta agua en la mesa; cuando Doña Elena iba a cambiar los platos de la comida y D. Edmundo, muy voluntario, los iba a buscar. Doña Elena tocaba el órgano y así era fácil cruzarse los escritos. Lo más importante era que ambos sentían la mima preocupación por la obra del Señor. Sobre todo por la juventud y por los muchísimos pueblos sin Cristo y sin salvación. El 2 de Enero de 1992 unieron sus vidas para mayor servicio.


    ¿Por qué he relatado algo del noviazgo de D. Edmundo? No simplemente para hacer gracia a los jóvenes, sino porque estoy segura que la pareja que se atrae por el servicio al Señor, normalmente será la más feliz aun en el día de hoy. Al formar el nuevo hogar, la casa de los Woodford estaba continuamente llena de jóvenes, de los cuales muchos llegaron a conocer a Cristo como Salvador.


    Desde allí visitaron muchos lugares y pudieron abrir testimonio en Moreira, Estribela, y muchísimos otros pueblos, aparte de los cultos normales y los que se realizaban en la playa para los bañistas. Sobre el año 1942 acudió a la ciudad de Orense para ayudar a otros siervos de Dios con la apertura de la obra en dicha ciudad. Fue una labor dura pero muy bendecida. Volvió en varias ocasiones para ayudar en la distribución de literatura, etc., en las ferias de Orense. Fue precisamente en una de estas visitas que recibió la invitación a visitar Bargeles, historia que dejaremos para la próxima ocasión.


La 2ª ETAPA. En Marín, fue durante la guerra civil.


    Duró poco tiempo, sobre año y medio, y más bien se destacó la labor de pastores en unas circunstancias difíciles y de escasez para todos. En Señor bendijo de nuevo la labor y para los hermanos de Marín D. Edmundo y Doña Elena se hicieron entrañables, con su pronta palabra de ánimo y en algunos casos de mayor necesidad, su ayuda práctica; una plato de caldo, una taza de leche, etc. En el año 1938 se trasladaron a Vigo. También dejaremos esta otra historia para otro relato.


D. EDMUNDO WOODFORD EN ORENSE


    Ya hemos mencionado las visitas que realizaba D. Edmundo a las ferias de Orense capital. Era aproximadamente en el año 1926 cuando dos señores le buscaron al final de la feria. Les había dado un evangelio que pasaron a mirar al terminar sus negocios. Lo reconocieron como algo que habían oído y gustado años antes en América. Quiso el Señor que estos hombres se encontrasen a los siervos de Dios y tras una larga conversación les rogaban que visitasen su aldea. Así comenzaron las visitas a Bargeles, Mugueimes, Guinzo de Limia, Muiños, Taboadela y Clavos, y un montón más de lugares de toca clase.


    Muchos de ellos, grupitos muy pequeños de casitas de piedra tosca y madera vieja perdidas entre los castaños, los tojos y las montañas altas de toda aquella provincia. Los bajos de aquellas viviendas eran (y aún son), cuadras, que al mismo tiempo constituían el servicio de la casa. Arriba la vivienda era una sola habitación sin chimenea y muchas veces sin ventana. De limpieza se entendía poco o nada y por las noches, con todo cerrado, subía entre las tablas del piso un ruido y un olorcillo...  Los techos parecían barnizados de humo y los ratones constituían una continua compañía nocturna.

   

    Durante unos dos años iba en plan de visita, predicando el evangelio al aire libre, pero llegó a comprender la necesidad de hacer vida entre aquellos pobres malolientes e ignorantes criaturas de Dios. Así se llevó a su delicada esposa (desde los 7 años estaba lesionada del corazón) y dos niños pequeños. Lograron una casita por poco dinero que nadie quería (decían que estaba llena de fantasmas, brujas, etc.). Allí comenzaron, entre burlas, piedras y desperdicios a celebrar cultos. Estos debieron ser muy curiosos puesto que los que acudían traían sus perros. Si los dejaban fuera se peleaban, y se decidió que entrasen y se acostasen bajo el asiento de sus amos. Cuando se levantaban para cantar los perros también, etc. Sin embargo, las almas fueron convirtiéndose en aquel lugar y otros. Al cabo de solamente un año había 100 bautizados en aquella zona. En una ocasión no había agua suficiente en el río para celebrar el acto de bautismo. Se decidió hacer un bautisterio. ¿El dinero? D. Edmundo empleó un donativo que recibió para el cementerio diciendo: ¡Qué mas da una clase de cementerio que otra? La persecución y las burlas arreciaron por todas partes, pero el Señor los protegió librándoles de la muerte en muchas ocasiones.

  

     D. Edmundo era incansable. Cada domingo celebraba cultos por lo menos en 6 lugares distintos, y no siempre muy cercanos o accesibles. Por la semana ponía su puesto donde hubiese ferias y visitaba otros lugares, incluso pasando a una aldea de Portugal: tres horas de camino de ida y otras tres horas de camino de vuelta entre tojos, matorrales, zorros y lobos.

  

    En cierta ocasión, los hermanos portugueses no le dejaban regresar. Porfiaron un rato y por fin le explicaron que aquella noche le esperaban 30 hombres armados de hoces, piedras, etc.,  en un lugar muy al principio del camino. “Entonces me voy”, dijo, “el Señor me guardará”. Salieron él y un español que le acompañaba. Al llegar al lugar señalado, y sin ver a nadie, levantó su sombrero diciendo: “Muitas boas noites”. Se oyó un ruido terrible, al caer de las manos de aquellos hombres todo lo que tenían y se les vio escapar, monte arriba, como si hubieran visto visiones. Tal vez si que Dios les hizo ver algo, pero el caso es que su siervo fue protegido y pudo seguir su camino con toda normalidad.

   

    En otra ocasión quiso sacar su viejo cochecito para celebrar el culto acostumbrado en un pueblo. Era ya pasada la hora del culto cuando subió a casa perplejo por no haber podido poner en marcha el coche. Al día siguiente bajó para hacer una nueva investigación pero el motor hizo contacto al primer intento. Mientras meditaba en lo extraño de la circunstancia llegaron dos hermanos sofocados y preocupados por saber cómo había hecho el viaje la noche anterior. Al verlo sano y salvo dieron gracias a Dios, pues estaban enterados de que entre varios habían cavado una enorme zanja en el camino de forma que fuese imposible salir de allí con vida. Clavar puntas en las ruedas o desmontárselas mientras celebraba el culto era normal. Que siempre llevaba 4 neumáticos de repuesto. Desde Bargeles se inició obra en muchísimos puntos, pero es triste ver como ha desaparecido mucho del testimonio levantado con tanto sacrificio. Muchos ya eran ancianos y el Señor los ha llevado a su presencia. Los jóvenes salieron en busca de trabajo a las ciudades, a América, a Alemania, etc. y así hoy quedan pocos hermanos ya envejeciendo.

   

    En el año 1931, D. Edmundo y Doña Elena pasaron por una experiencia muy triste. Doña Elena fue a Inglaterra para la necesaria y delicada atención médica en el nacimiento de un hijito. Muy pronto regresó con él, un niño rubio y precioso. Era tal la ignorancia y superstición del pueblo que se creían, siendo tan diferente a sus hermanos morenitos, que estos protestantes robaban los niños. ¿Cómo darles una lección y parar de una vez sus andanzas?  Decidieron que sería mejor emplear a la mujer que les vendía la leche. Ella se presentó voluntaria, y efectivamente a los cinco meses y medio el niño se murió y pocos días después también la pobre vaca enferma. Al principio algunas personas ya dejaban de asistir a los cultos, pero cuando la lechera fue convertida y confesó toda la verdad aquello sirvió para mayor extensión del evangelio. Cuando un año más tarde llegó una niña revoltosa y llorona, fue aceptada con toda naturalidad.

   

    La entrada del evangelio en Calvos de Bande es digna de notar por el valor que tuvo que ejercitar un hombre tan delicado y escrupuloso como D. Edmundo. En una feria de Bande le invitaron a subir a la aldea de Calvos, lo que hicieron él y su esposa con gusto. Como era costumbre pasaron la mañana visitando las casitas e invitando para un culto al aire libre por la tarde. Luego se fueron a la casa del huésped (ninguno de la aldea era creyente) para comer. Al entrar en la casa D. Edmundo vio a una ancianita revolviendo el caldo. La pobrecita tenían un catarro muy fuerte y no podía (o no sabía) evitar que aquello cayera en el caldo. ¿Qué hacer? ¿Comer aquel caldo? No comerlo podía significar un desprecio tan grande que no le permitiesen volver con las buenas nuevas de salvación a ese lugar. Era un dilema, pero decidió comer. Dios le premió su valor. En la aldea tan alta y tan fría de Calvos de Bande, se levantó un localcito y muchas almas se salvaron. Aún hoy, a pesar de la muerte de unos y la emigración de otros, se mantiene un grupito de hijos de Dios


    Alrededor del año 1934 se trasladaron a Celanova, un pueblo de relativa importancia, algo más cerca de Orense. Cuando parecía que se comenzaba a ver algún fruto, estalló la guerra, y los jóvenes marcharon al frente mientras que los mayores, teniendo miedo, se quedaron en sus casas. Saludan muy cordialmente pero nada más. Desde Celanova visitaron muchos lugares, pero se destaca San Lorenzo, donde sin mirar la burla del pueblo pasaban muy buenos ratos en la casa de D. Emilio Carpintero (ya con el Señor) y su familia, hoy miembros de la iglesia de Lavadores (Vigo). Con la guerra, el cierre de muchos locales, la prohibición de predicación al aire libre, y de toda clase de venta de libros, se cerró la puerta del ministerio más amado de D. Edmundo. El resto de su vida ya fue dedicado a la obra de pastoreo. En 1936 fue a Marín y ya hemos hablado de ello en el capítulo anterior. En 1938 tomó residencia en Vigo y lo dejamos para otra historia.


D. EDMUNDO WOODFORD EN INGLATERRA


    D. Edmundo llegó a Vigo en el otoño de 1938, pero en 1941, por causa de la guerra mundial, se vio obligado a marchar para Inglaterra. Juzgo digno de mención algo de la obra que realizó aun en aquellos cuatro años de “exilio”. una hermana de Doña Elena tenía a su cuidado unos 18 chicos y chicas, hijos de misioneros en varios países del mundo. En seguida D. Edmundo se ofreció a enseñarles, juntamente con otros jóvenes de la capillas, himnos a voces, y se preparó un coro bonito para cantar en cultos al aire libre que se iniciaron por los barrios de la ciudad. Muy pronto se dio cuenta de la cantidad de militares de las tres fuerzas y de ambos sexos, jóvenes y mayores, que se aburrían por las calles. Hablando con los ancianos de la iglesia propuso emplear un anexo de la capilla para una especie de cantina. Se preparó el salón con mesitas y sillas y una biblioteca, y las hermanas muy gustosas preparaban bocadillos y pastelitos que se vendían con té, café, naranjada, limonada, etc. toda bebida sin alcohol. Muchos fueron los que solemnizados por las circunstancias, entraron a buscar sosiego en aquel lugar. ¡Cuántas conversaciones allí se sostuvieron! Y gracias a Dios cuántos entregaron sus vidas al Señor y aun obedecieron en el acto de bautismo. Allí entraron también refugiados de Hungría, Bulgaria y otras naciones, y hacia el final también alemanes presos.

   

    Los domingos, después del culto del evangelio, salían los que querían a invitar por las calles a los que quisieran escuchar la Palabra. Solían entrar bastante y se pasaba un buen rato entre la actividad del coro, testimonios, etc. Fueron años difíciles y duros y para D. Edmundo, que realmente ansiaba su España. Sin embargo, he querido mencionar esta etapa de su vida, por la sencilla razón de que no estuvo parado. Es cierto que no podía hacer aquello que más deseaba, pero tampoco estuvo de brazos cruzados como harían muchos. Estaba al tanto de todas las posibilidades de regreso a España y tan pronto se terminó la guerra no salía de los centro oficiales hasta conseguir plazas para él y su esposa en el primer avión que vino a Europa. Así en 1945 volvieron a Vigo por Portugal.


D. EDMUNDO WOODFORD EN VIGO


    Este último episodio de la vida de D. Edmundo se divide en dos etapas de obra pastoral.


    La primera etapa, empezando el otoño de 1938, terminó algo abruptamente al recibir orden del consulado inglés para salir de España en 1941. Eran, como muchos recordarán, años de hambre y de tristeza, pero el Señor siempre ayudó de forma que sus siervos pudieran ayudar a otros. Una de las mayores preocupaciones, tanto antes de ir a Inglaterra como cuando regresó, eran los grupitos aislados, como Morgadanes, Moreira, Moraña, Meira, San Vicente, Castiñeiras, y muchos más que visitaba con frecuencia. De Morgadanes recuerdo un incidente de iniciativa. Era la hora de celebrar la “mesa del Señor” cuando la señora de la casa preguntó a Doña Elena si traían pan. Ante una respuesta negativa, ¿qué hacer?. D. Edmundo observa la pota del caldo al fuego y pregunta si lleva bollitos. “¡Sí!” “Saque uno a enfriar que ya nos vale”.


    La segunda etapa comenzó con el fin de la segunda Guerra Mundial en 1945 y fue una gloriosa y constante manifestación de una vida totalmente entregada al servicio del Maestro. Entre matrimonios tenían un plan de visitación de los hogares cada tarde, de forma que aproximadamente cada 15 días, uno a otro había estado en cada casa (Naturalmente, salvo que estuviesen fuera). Muchas veces estas visitas, a parte del beneficio espiritual para los creyentes, daban lugar a contacto con vecinos, y algunos luego llegaron también a formar parte del pueblo de Dios.


    Otra de las preocupaciones ya de toda la vida era la juventud. Él no podía ver jóvenes (ni mayores si vamos al caso) inactivos. A parte de los estudios sólidos para toda la iglesia, en su despacho muchos jóvenes, algunos hoy “ancianos” en distintas iglesias, recibieron conocimiento bíblico y unos consejos que pienso no serían fáciles de olvidar. A cualquier hora disponía de tiempo y paciencia para ayudar a un joven con sus problemas, encauzándole hacia un camino de utilidad.


    D. Edmundo era hombre desprendido hasta el máximo. Recuero una ocasión en que visitaba un matrimonio anciano y en la conversación surgió un problema grande que tenían. Se les juntaban una serie de pagos para los que su pequeña pensión no respondía y con amenaza, en uno de ellos, en ponerlos en la calle. “No se muevan hasta que yo venga mañana”, les dijo. Al otro día se presentó con el dinero que necesitaba aquel matrimonio y algo de sobra. Era lo que tenían en casa para su propio mantenimiento.  Su Padre Celestial, que sabía lo que había hecho, le recompensó, pues ni él ni su esposa ni su hija pasaron hambre.


    Otro de sus afanes era que se extendiera la obra, que se abrieran nuevas capillas y así se aprovechasen mejor los dones de la iglesia. En Lavadores, en un localcito demasiado pequeño y sin higiene, se celebraban reuniones lo martes para los niños y los miércoles para todos. Pero en el año 1954 se establecieron los hermanos de la zona como una iglesia local autónoma. Esto fue de mucha alegrías para D. Edmundo. Luego, unos años más tarde, a pesar de varios tropiezos y muchos papeleo se logró cambiar para un lugar amplio de propiedad, edificado con el sudor de los hermanos y bien situado. Todos nos hemos gozado.


    En sus últimos años ya estaba nuevamente inquieto buscando solamente en varias zonas de la ciudad. El Señor no le permitió ver más locales en Vigo, pero sí la celebración de algún culto semanal en las casas de creyentes en distintas partes. Durante toda su vida, había dos palabras que no existían par él ni se las consentía a nadie. Eran “no puedo”. Hay a quien esta actitud le costó muchas lágrimas, pero también logró a aprender que “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Cuando en noviembre del año 1966 el Señor se llevó a Doña Elena, su primera palabra fue; “¡Esto sí que es una victoria!” Y con la misma expresión de victoria partió él un mes más tarde. Fue un hombre lleno de Dios y su Palabra, que irradiaba por donde quiera que fuese, fraguado por el sufrimiento por Cristo desde su niñez. Seguramente este fue el secreto de su vida. Desde niño había aprendido a depender sólo del Señor, aun cuando todos le fuesen contrarios. ¡Cuán bueno sería que todos tuviéramos esa misma fuerza de carácter que viene, no de mirar a los demás, sino de mirar y depender solamente del Señor y su Palabra!.

Por Eunice Woodford, noviembre del año 1976.

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D. EDMUNDO WOODFORD